Después de todo lo que ha pasado, de un sinvivir que le llevó a una depresión severa, Virginia Torrecilla (Cala Millor, Mallorca; 29 años) recuperó la sonrisa con el balón entre los pies porque es lo que siempre hizo desde que tenía uso de razón, desde que con nueve años se metió en un equipo mixto con el consentimiento de su madre pero a hurtadillas de su padre porque, pensaba, no lo entendería. El tiempo y su calidad demostraron que estaba hecha para jugar, para competir con las mejores. Hasta que un cáncer, un tumor cerebral que le apartó por dos años, le quiso llevar la contraria. Y por poco lo consigue. Pero volvió al césped para recibir el cariño de la afición y hasta de sus excompañeras, pues las jugadoras del Barcelona le mantearon al tiempo que ella no podía contener la risa, la felicidad. Aunque desde que volviera a calzarse las botas no ha encontrado su mejor versión, suplente en el Atlético y después en el Villarreal. Y ella, que fue una luchadora, una futbolista de esa generación que llegó antes de tiempo pero tan necesaria para configurar a la triunfal selección española de hoy y las futbolistas del futuro, que siempre se exigió estar en la élite y que necesitaba competir para saciar su apetito voraz, ha optado finalmente por colgar la botas. Quiere, eso sí, formarse y estudiar, seguir vinculada de alguna manera al balón, un amigo que nunca le dio la espalda. “Hoy me despido del fútbol profesional después de 14 años. Seguiré vinculada a este deporte que tanto me ha dado. Hasta pronto”, escribió en las redes sociales.
Internacional con España hasta en 68 ocasiones -disputó dos Eurocopas (2013 y 2017) y dos Mundiales (2013 y 2019)-, la carrera de Torrecilla comenzó en el Collerense para después dar el salto en 2011 al Barcelona, con el que conquistó tres Ligas y dos Copas de la Reina. Pero eso no era suficiente para ella, que decidió marcharse en 2015 al Montpellier para poder calibrar su nivel, toda vez que entendía que en España no se apostaba por el fútbol, que quedaba mucho trecho para poder equipararse con los grandes clubes y competiciones. “Aquí, en Francia, una futbolista, gana mucho más del doble que en España. La liga me gusta mucho porque no tiene tantos equipos (son 13 equipos), lo que permite que se pueda descansar más, por ejemplo, con jornadas libres antes de jugar la Champions”, resolvía con la camiseta gala puesta.
Cuatro años más tarde regresó a España, al Atlético. Sucedió, sin embargo, que en 2020 le detectaron el tumor en la cabeza y se pasó 683 días sin volver al campo, entre quimioterapia y la lucha por recomponerse como persona, pues un accidente de coche con ella al volante cuando parecía empezar a recuperarse dejó a su madre paralítica. Y aunque no fue su culpa porque un camión impactó por detrás, le costó digerir la noticia, la mala fortuna. Pensó en dejarlo. Pero regresó porque se lo pidió su familia, porque el fútbol también era su pasión. Aunque ya no jugó tanto como le pedía la cabeza y el cuerpo, suplente en el Atlético. Lo mismo que en el Villarreal, equipo por el que fichó este verano. Ahora lo deja. Pero para ella y para todos es un hasta luego porque seguirá con la pelota en los pies, aunque no sea con las botas puestas.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.